De la Decencia, la Verdad y su Olvido
Por Leonardo Padura Fuentes (*)
LA HABANA, (IPS) .- Al final lo que todos parecen haber olvidado es
ese detalle que, a mi juicio, resulta lo verdaderamente esencial: se
ha juzgado un problema de ética, o más claramente, lo que mis padres
en los años de 1950 llamaban "decencia". Incluso, diría que solo en
segundo término habría que hablar de la verdad y luego de la
responsabilidad hacia los actos de la vida en las sacrosantas y
siempre pesadas "circunstancias históricas".
El lamentable escándalo armado hace unas semanas alrededor de la
presunta denuncia por parte del joven Milan Kundera de un al parecer
nada presunto espía "occidental" en Checoslovaquia, ha sido visto
desde casi todos los ángulos posibles, pero poco se ha comentado sobre
la carga ética que pudo haber existido en el acto probable de la
delación. Hace un par de años, cuando una acusación mucho más grave -y
además admitida por su responsable- explotó en torno de la figura del
escritor alemán Gunter Grass, curiosamente el efecto real y más
duradero del escándalo fue que su recién editada biografía vendiera
millones de ejemplares, como inmejorable complemento del morbo despertado.
Mientras tanto, ya a nadie parece preocuparle mucho que, por las
causas que fuesen, en cierta ocasión el rebelde y casi rojo Ernest
Hemingway haya colaborado con el FBI de su acérrimo enemigo Edgar
Hoover y que George Orwell, según he leído, tuviera contactos con la
inteligencia británica, entre otros infinitos ejemplos de personajes
de los más notables en el mundo de las artes y las letras (la lista de
personajillos sería interminable) que han colaborado con las “fuerzas
oscuras”.
Existen, sin duda, dos elementos que han estado actuando sobre la ira
furibunda y maloliente que ciertos medios y personajes derramaron
sobre una historia ocurrida hace sesenta años y negada por su posible
gestor: el hecho de que durante años Kundera ha mostrado su desprecio
por los medios de comunicación de nuestros días, sumiéndose en un
silencio casi impenetrable, casi salingeriano. Por otro lado está el
elemento no menos significativo de que Kundera pudo haber cometido su
pecado no en una charla con un agente británico o norteamericano, ni
siquiera que su pecado hubiese sido que militara en una organización
tan lamentable como las SS hitlerianas, sino que diera el soplo en un
recién estrenado país comunista, aquel sistema del siglo XX que
patentizó Stalin -mucho más que Lenin o Trotski- y que el Gran Líder
coronó con la muerte de unos veinte millones de personas y un fracaso
político y económico que, andando los años, ha llevado al mundo más o
menos a donde se encuentra hoy: a la pérdida de las grandes utopías de
igualdad, a la encrucijada económica y ecológica de su desaparición y,
para colmos, dominado por unos medios de comunicación que prefieren la
carnaza descompuesta a cualquier otro bocado.
Si se suma que a Kundera muchos de sus compatriotas no le perdonan su
exilio, que tantísimos mediocres de dentro y de fuera no soporten su
nada leve éxito literario y que en su momento haya tenido el coraje de
escribir lo que debía escribir, pues la receta del resentimiento y el
odio ya tiene más condimentos de los que muchas veces se necesitan
para las crucifixiones.
Los grandes oportunistas de siempre (de eso sabemos mucho los
cubanos), ya sean de dentro o de fuera, solo esperan cualquier atisbo
de debilidad (real o, como en este caso, al parecer creada y negada
por el "acusado") para descargar las toneladas del odio cultivado en
la frustración, la envidia, la cobardía y la mediocridad: porque
siempre están al acecho. ¿Cuantos de ellos se han preguntado si
Kundera ha sostenido una ética, si ha sido un hombre decente respecto
a sus propias ideas y actitudes?
Hace unos años el escritor cubano Eliseo Alberto, residente en México,
publicó un libro titulado Informe contra mí mismo en el que contaba
-tal vez para que nadie fuese a sacárselo al cabo de un tiempo- unas
turbias circunstancias en las que, incluso, le pidieron que
"informara" sobre su padre, el gran poeta de la lengua castellana
Eliseo Diego. Ese Eliseo Alberto, Lichi, como le decimos todos en
Cuba, se desgarró el corazón en ese libro y realizó un acto de suprema
decencia, "informando" contra sí mismo con un coraje que pocos suelen
exhibir. Menos aun los que van por ahí juzgando a los otros.
Es por eso que en el caso Kundera, aunque es tan importante si
denunció o no a un examigo convertido a la sazón en agente de un
gobierno foráneo, resulte tan doloroso que los indecentes de medio
mundo se hayan lanzado sobre él como -ya lo sé- algunos se lanzarán
sobre mí por pensar que, a pesar de los pesares, Kundera sigue siendo,
más que nada, un grandísimo escritor que, en su momento, nos develó
tantas oscuridades humanas en novelas como La broma o La insoportable
levedad del ser.
Este mundo en crisis -no solo financiera- creo que reclama un poco más
de decencia. Talar árboles venerables por presuntos pecados que
siempre lastran con la duda y dejan dolor, encierra más dosis de
mezquindad que de verticalidad política ante las dictaduras y las
“fuerzas oscuras”. Suficientes árboles podridos existen -que sí
merecen ser talados- para ensañarse con ellos. Y la verdad reclama su
espacio más que los infundios de los que, por cualquier vía, aspiran
al protagonismo.
Además, valdría la pena que muchos de los que hoy lanzan las primeras,
segundas y terceras piedras, se ubicasen (o incluso se recordasen) a
sí mismos en circunstancias incluso menos drásticas de las que pudo
haber vivido el Kundera de los años checos de 1950, luego de aquellos
terribles procesos de Praga recién ganada para el comunismo soviético.
Seguramente las piedras, muchas, muchas veces, se convertirían en
boomerangs. Pero lamentablemente, ese tipo de fiscales no suelen tener
en su diccionario esa simple palabra que me atrevo a invocar otra vez:
decencia.Y a veces no les preocupa otra no menos importante y hoy
bastante poco apreciada: verdad.
(FIN/COPYRIGHT IPS)
(*) Leonardo Padura Fuentes, escritor y periodista cubano. Sus novelas
han sido traducidas a una decena de idiomas y su más reciente obra, La
neblina del ayer, ha ganado el Premio Hammett a la mejor novela
policial en español del 2005.